Horizonte de estrellas by Víctor Conde & Guillem Sánchez i Gómez

Horizonte de estrellas by Víctor Conde & Guillem Sánchez i Gómez

autor:Víctor Conde & Guillem Sánchez i Gómez [Conde, Víctor & Sánchez i Gómez, Guillem]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


12 EL CAMINO HACIA ATRYM

El quirófano al que habían traído la vaina de Kerenzov estaba atestado, más de máquinas que de gente, pero tanto los cuerpos uniformados de los médicos como las abigarradas masas mecánicas de los analizadores se mezclaban en la misma confusión verde. La vaina estaba abierta, y centenares de brazos mecánicos confluían en su contenido como manos de ladrones sobre una tonelada de oro.

La doctora Zebya lideraba el grupo de análisis. De vez en cuando alzaba la vista para mirar el ventanal, tras el cual estaban los altos mandos de la nave, incluyendo la capitana, observándola. Quizá juzgando su trabajo, aunque ninguno de ellos lo entendiera. Ella procuraba mantener la pose del doctor erudito y desprovisto de sentimientos que la gente esperaba ver. No todo ese hielo interior era real, pero estaba bien que una parte sí lo fuera. El hielo repelía la subjetividad, hacía que el inconsciente surgiera por sí solo como una fuente pura, y lograba que se sintiera fuerte y segura de sí misma.

La capitana estaba realmente preocupada por el avance incontrolado de las mutaciones en las vainas. Si se contabilizaban todos los cambios genéticos que habían encontrado, incluso los más inocuos, los que solo afectaban a un alelo de cada cien mil, el porcentaje de personas «mutadas» subía hasta un monstruoso 76%. Y nadie sabía qué lo estaba provocando, ni cómo detenerlo. El consejo superior de oficiales había mantenido interminables reuniones y al final le habían dado permiso para que le practicase una autopsia a Kerenzov, e intentase averiguar qué demonios era aquella flora bacteriana que lo cubría. ¿Era ese el horrible destino que les esperaba al resto de los pasajeros? Zebya rezó por que no.

—Aquí vamos. Solo el ciego tantea en la oscuridad. —Zebya solía usar esos proverbios que había heredado de su abuela, pero casi nunca los desarrollaba, no tanto porque desconociera las implicaciones del proverbio como porque no tenía paciencia para considerarlas.

Estaba inclinada sobre la vaina, intentando discernir qué formaba parte del cuerpo del hombre y qué no. Era difícil asegurarlo, pues la flora partía de su carne no como si estuviera usándola como suelo, para alimentarse de ella, sino como si los hongos fueran la propia carne de Kerenzov mutada para semejarse a otra cosa, para invadir de modo flagrante el reino vegetal. Al principio abordó el problema desde un punto de vista exclusivamente práctico: tras decidir que la flora era un organismo nocivo que parasitaba el cuerpo de aquel desgraciado, tomó la decisión de separar ambos. Cortar por lo sano. Pero a cada incisión que hacía, más se convencía de que esa diferencia solo era una convención: la flora mutante era Kerenzov, y viceversa. Si cortaba a uno, mutilaba al otro.

Eso la llenaba de rabia. Querer salvar una vida, pero sentirse totalmente inútil a la hora de hacerlo. Ni siquiera sabía dónde terminaba el hombre y dónde empezaba la mutación, por lo que decir que estaba furiosa era quedarse corta: lo había visto todo rojo, había pensado en rojo, y se había ahogado en un flujo carmesí.



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